Es lo que respondÃa Jero cada vez que le preguntaban: «Â¿Y tú, qué quieres ser de mayor?: Yo, chico… «. La respuesta dejaba atónito al que preguntaba porque por entonces Jero era una niña. En las fotos que decoran la casa de sus padres, con los que todavÃa vive, se ve a un niño de aspecto andrógino que desde bien pequeño se sentÃa atrapado en un cuerpo femenino. Su identidad sexual era otra; la de un hombre, condenado desde entonces a sufrir. Su familia lo sospechaba desde que con apenas cuatro años gritaba y lloraba cada vez que su madre trataba de vestirlo con falda y pendientes.
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El calvario continuó en el instituto: «Me llamaban marimacho y me decÃan que era lesbiana. Y yo pensaba, pero es que yo soy un chico, un chico al que le gustan las chicas…». La pregunta que más odiaba por los pasillos era: «Â¿Tu qué eres chico, o chica?».
Durante años su vida ha sido un infierno: caminaba encorvado para ocultar un pecho generoso que la naturaleza le habÃa dado equivocadamente. Para esconderlo usaba corsés que le hacÃan rozaduras y le apretaban hasta dificultarle la respiración «. Porque a mÃ, sujetador, ni se me pasaba por la cabeza ponerme…», nos explica . AcudÃa a la playa pero se bañaba con camisetas tamaño gigante que ocultaban las bandas elásticas que aplastaban su pecho. La piscina pública, jamás la pisó.
Fue en plena adolescencia cuando Jero se armó de valor para comunicarle a sus padres que emprendÃa el camino de construir su vida de verdad. A ninguno le sorprendió. Sus padres y su hermana asumieron lo que llevaban años intuyendo: Jero, en realidad, era un niño. A partir de ahà le apoyaron incondicionalmente.
Grupo Lesbico de Nicaragua