«Si no podemos ser castos, al menos seamos cautos». Esta ironÃa, que el pensador George Bernanos pone en boca de su simpático cura rural, define el espÃritu con que la Iglesia romana se enfrenta a los comportamientos sexuales de sus clérigos. Lo malo es cuando la hipocresÃa o el ocultamiento alcanzan a actividades delictivas, como la pederastia y otros abusos de poder. Es esa polÃtica de secretismo, avalada por el Vaticano, la que ahora tiene sumida a la jerarquÃa católica en un escándalo de colosales proporciones. Afecta a la muy católica Irlanda. Los hechos son devastadores, con testimonios de 1.000 alumnos en 216 escuelas, reformatorios u orfanatos, y relatos estremecedores de violaciones, abusos y sevicias a niños y niñas, habitualmente de hogares humildes.
Lo sucedido en Irlanda se ha producido en otros muchos paÃses. En España hay numerosas denuncias, con media docena de condenas judiciales contra sacerdotes pederastas. Pero es difÃcil conocer la magnitud del problema, dada la tendencia de la jerarquÃa a ignorar, e incluso tapar, los escándalos. Las instrucciones del Vaticano son sintomáticas. Ante cualquier denuncia, hay que asegurar la reserva total, dice una instrucción de 1962.