SofÃa Montenegro
La denuncia dada a conocer ayer por la Comisión Permanente de Derechos Humanos de que el gobierno de Ortega esta creando bandas para agredir a dirigentes de la sociedad civil, revela la naturaleza patológica, ilegÃtima y cobarde que caracteriza al presente régimen.
El hecho de que mi nombre esté en esa lista destinada a aterrorizar a un grupo de mujeres que somos voceras de organizaciones ciudadanas, tales como Doña Vilma Núñez de Escorcia, (un verdadero monumento nacional), Luisa Molina, de la Coordinadora Civil , Violeta Granera, del Movimiento por Nicaragua, Juanita Jiménez y Azahálea SolÃs, del Movimiento Autónomo de Mujeres, me ubica en una compañÃa que me honra, pues son personas de reconocida integridad, inteligencia y coraje, que hoy por hoy representan la reserva moral y polÃtica de este paÃs.
La estatura de estas mujeres nos permite valorar la pequeñez humana y la miseria de espÃritu de quienes como gran âestrategia polÃticaâ pretenden agredirlas. Con esta lista, se proponen ejecutar un âfeminicidio polÃticoâ, vapuleando, asaltando o matando como los más degradados delincuentes, a mujeres que representan la conciencia crÃtica de la nación. Ahà están para comprobarlo el caso de Leonor MartÃnez, del movimiento juvenil, emboscada y vapuleada casi enfrente de su casa en dÃas recientes por denunciar el asalto a la Constitución , asà como la insólita situación de la periodista independiente, MarÃa Mercedes Urbina sometida a abusos por el poder judicial, por investigar irregularidades del gobierno local en Nagarote.
Todo ello muy a tono con la personalidad y el ejemplo del Presidente y su consorte, que tienen el dudoso honor de estar registrados para la historia como emblemas de las pavorosas cifras que sobre abusos y delitos cometidos contra las mujeres se registran en el paÃs.
Y es que el Orteguismo y su expresión partidizada como FSLN, representan un grupo que manifiesta el denominado âTrastorno de la Personalidad Antisocial â (TPA). Se trata pues de un colectivo de sociópatas, cuya condición se caracteriza por conductas persistentes de manipulación, explotación o violación de los derechos de los demás; conducta a menudo implicada también en comportamientos criminales. Un sociópata es un individuo engañoso, manipulativo y narcisista, que carece de remordimiento y empatÃa. Por eso, suelen deshumanizar a sus vÃctimas y mostrar irresponsabilidad por las consecuencias de sus actos, siendo irritables y agresivos.
El grave cuadro de personalidad antisocial que presenta el Presidente y sus seguidores, les hace rehuir las normas establecidas y se niegan a adaptarse a ellas, por eso, aunque saben que están haciendo un mal al paÃs o a determinadas personas o sectores, actúan por impulso para alcanzar lo que desean, sin importarles nada. Un rasgo común entre los sociópatas es la distorsión de la autoestima, que suele expresarse en el egocentrismo -creer que sus propias opiniones e intereses son más importantes que las de los demás-, y en la megalomanÃa. FÃjense nomás en los discursos del Presidente y los delirios mÃsticos e impositivos (por considerarse portadora de una verdad que revelar) de su consorte, asà como en el comportamiento de sus más obsecuentes paniaguados: magistrados, diputados, lÃderes sindicales, presentadores oficialistas, capos de partido y jefes de rotondas.
Tal vez la expresión más palpable son las gigantografÃas que nos asaltan en cada cuadra con la imagen del Ciudadano-Pueblo Presidente-Daniel que lo anuncian como el ârey de los pobresâ y como cornucopia de la abundancia en salud, comida y trabajo, con cifras incomprobables y por lo demás, mentirosas. La megalomanÃa está asociada con delirios de grandeza, poder u omnipotencia, que dan cuenta de la extravagancia de sus actuaciones y la parafernalia del poder con la que se rodean. Pero principalmente a una obsesión compulsiva por tener el control de todo, que es el mal que aqueja comúnmente a los dictadores, puesto que temen y sospechan de todo aquello que quede fuera de su mando. Cuanto más borrachos de poder están, más recelan de la lealtad de aquellos que le rinden culto, lo que explica por qué suelen despedir inopinadamente hasta a los más abyectos de sus seguidores.
Una personalidad narcisista como la de Ortega, supone que el es la guÃa y medida para todo el mundo y que sus verdades son irrebatibles. En el fondo el pobre diablo narcisista se emborracha con sus propias palabras y necesita admiración y adulación permanente, para remendar la falta de autoestima que en el fondo padece. Para compensarla, se rodea de un cÃrculo de sociópatas aduladores que le hace la corte y que, como el espejo de la reina de Blancanieves, lo reafirma diciéndole que es el más bonito, el mejor, el único, el imprescindible. Ahora le gritan: ¡No te vas, te quedás! Y un grupo de seis seudo-magistrados, escriben la sentencia ordenada para perennizarlo en el poder.
Asà las cosas, no debe extrañarnos que su poder esté fundado en la ilegitimidad y la cobardÃa, puesto que se sostiene en la âbóveda del miedoâ que controla a los sumisos miembros del FSLN, orientándoles perseguir a quien es crÃtico o no le rinde pleitesÃa. En la marcha de León, en septiembre del año pasado, pude ver cara a cara a estos sociopatas que pretendieron agredirme: blandiendo garrotes, lanzándome insultos, empujones, lÃquidos inmundos y pedradas. Eran casi todos funcionarios públicos, algunos conocidos. Hombres que olÃan a sudor y miedo: un grupo de âvalientesâ que agredÃan a mujeres y chavalos desarmados, pero que son eunucos ante el poder.
La enfermedad moral que aqueja al Orteguismo se llama narcisismo maligno. Para esto no hay cura ni terapia posible, ni Constitución, ni leyes ni normas que valgan. Por el carácter de esta enfermedad colectiva, los individuos sólo son capaces de profesar lealtad al grupo especÃfico que los contiene, pero no a toda la sociedad. Cualquier intento de razonamiento, discernimiento, debate democrático, llamado al sentido de la responsabilidad o a la ética polÃtica, es inútil. Para ellos no existe Nicaragua ni la sociedad, pues son un grupo cerrado y autoreferenciado en su locura. Viven en una burbuja esquizofrénica que los separa de la realidad y del resto de nosotros, ciudadanos comunes y silvestres que nos damos cuenta que el rey anda desnudo.
Por ello, el desalojo del poder es necesario e inevitable, por la sanidad de la nación y para detener el asalto totalitario, el caos económico y el terror contra los ciudadanos. Hoy somos un grupo de mujeres las amenazadas por el terror. Mañana será toda la sociedad. Hay que actuar ahora.
Ya todo mundo sabe lo que toca hacer con las dictaduras.
Managua, 28 de octubre de 2009